La pobreza en México

La pobreza sigue aumenta
José Luis Reyna
2011-09-12
Gerardo Esquivel, profesor de economía de El Colegio de México, publicó un artículo en el que analiza con claridad la problemática de la pobreza en México (Nexos, septiembre de 2011). Los datos que maneja provienen de fuentes solventes, por lo que más que abrir una polémica adicional sobre el tema, confirma una tendencia que, a veces, no suele aceptarse: la pobreza ha seguido creciendo significativamente en este país durante los últimos cuatro años. Para ello utilizó los datos generados por el Consejo Nacional de la Evaluación de la Política Social (Coneval), un organismo público descentralizado, con autonomía para generar información para el diseño de políticas sociales y medir los niveles de pobreza del país.

Las cifras, que se dieron a conocer a fines de julio pasado por el Coneval, permitieron conocer el impacto de la crisis global (2008-2009) en los niveles de pobreza en México, sobre la base de una metodología que se conoce como pobreza multidimensional. La pobreza tiene muchos componentes. Hay distintos tipos de la misma. Los hallazgos de investigación, siguiendo el análisis de Esquivel, se resumen así: 1) que entre 2008 y 2010 hubo un aumento pequeño de la pobreza: la pobreza tuvo un incremento de 3.2 millones de personas que significó pasar de 44.5 por ciento a 46.2 de la población total,2) los pobres extremos casi no variaron; la cifra se mantuvo en 11.7 millones y la tasa de pobreza extrema disminuyó ligeramente, en el periodo considerado: pasó de 10.6 por ciento a 10.4. Con base en lo anterior, el gobierno federal pudo afirmar que los efectos de la crisis de hace tres años habían tenido un impacto moderado en los niveles de pobreza que el país arrastra. Dada la gravedad de la crisis, lo anterior podría calificarse como positivo.

Lo anterior tiene una explicación: la pobreza no creció como se esperaba porque hubo avances en materia de salud, seguridad social y vivienda. Hay que reconocer que en estos rubros ha habido logros. Habría que añadir, sin embargo, que los datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH) mostraron que el ingreso real per cápita mensual en 2010 disminuyó de 1044 pesos a 979 pesos mientras que, en el mismo año, el costo de la canasta básica (para sobrevivir) aumentó de 2106 a 2168 pesos. De acuerdo con el Coneval, el número de mexicanos cuyo ingreso laboral es insuficiente para adquirir la canasta básica, se incrementó 4.1 por ciento entre el segundo trimestre de 2010 y el mismo periodo de 2011 (Reforma, 1/IX/11). Ante estas tendencias discordantes, Esquivel se hace la pregunta central en la que descansa su análisis: ¿por qué no aumentó más la pobreza?

Puede decirse que los logros en salud, seguridad social y vivienda contribuyeron a paliar la pobreza; esto, sin embargo, tuvo un impacto parcial. Esquivel expone una razón al respecto: “Resulta incorrecto tratar de capturar el impacto de la crisis con base en los datos de 2008 a 2010”. Para poder tener un grado mayor de precisión sobre la evolución de la pobreza en México, el autor propone extender el periodo de 2006 a 2010. Si bien antes de 2008 los datos se obtuvieron con el mismo criterio metodológico, ello no invalida la posibilidad de hacer comparaciones válidas con el fin de tener una tendencia más consistente del fenómeno en cuestión. El ingreso de las personas es la variable que permite hacer el ajuste y obtener, en consecuencia, una visión más afinada acerca de uno de los grandes problemas del México contemporáneo. Sobre la base de esta modificación analítica, los resultados muestran un comportamiento distinto que, de alguna manera, delinea mejor las tendencias de la pobreza en el país. He aquí algunos de las conclusiones de Esquivel:

1) Entre 2006 y 2010 la pobreza alimentaria (o extrema) se elevó de 13.8 por ciento de la población a 18 por ciento. El número total de habitantes en condiciones de pobreza extrema experimentó un salto: hubo un incremento de 6.5 millones de personas durante estos años.

2) La pobreza patrimonial (que incluye la pobreza extrema y la moderada) aumentó de 42.7 por ciento a 51.3 en los cuatro años considerados. Lo anterior significa que el número total de pobres en el país pasó de 45.5 a 57.7 millones de personas. Es válido afirmar que más de la mitad de los mexicanos se encuentran dentro de alguna forma de pobreza.

3) Los datos de Esquivel permiten afirmar que las cifras de pobreza, aunque ligeramente inferiores a las de 1992, no han acusado un repunte positivo a pesar de la instrumentación de distintos programas y políticas públicas destinadas para su combate.

4) Se obtienen resultados diferentes si se considera el periodo 2008-2010 en comparación con el que abarca de 2006 a 2010. En el primer caso se tiene la percepción de que la pobreza no se profundizó, en contraste con el segundo en el que se muestra que, en efecto, hubo una incremento de la pobreza en México.

Vale la pena señalar que los resultados fueron obtenidos con dos metodologías distintas. Ambas son válidas. Por lo mismo, los resultados no tendrían que ser muy diferentes. Comparto la visión de Gerardo Esquivel de que el Coneval ha hecho un gran esfuerzo para transparentar, sobre la base de datos duros, uno de los grandes problemas que arrastra el país. Se impone, por tanto, una revisión metodológica para que los resultados que se obtengan sean lo suficientemente confiables para diseñar, con mayor solidez, cualquier política pública relacionada con el abatimiento de la pobreza en México.

La conclusión general de Esquivel se resume así: la pobreza en México ha aumentado de manera significativa en los últimos cuatro años. El problema es de gran magnitud. Hay que abandonar esa discusión de si el país es de pobres o empieza a ser “clasemediero”. Es mejor asumir el problema con base en análisis rigurosos que conduzcan a encontrar aquellas soluciones y definir las políticas correspondientes que superen la pobreza enorme que el país padece.

El legado de Calderón: pobreza al alza y economía informal
José Luis Reyna
2012-12-17 • Acentos

Aparentemente, el México de hoy marcha sobre ruedas. Se encontró la fórmula para que funcione de maravilla esa figura conocida como Fast-track: la iniciativa de presupuesto, la reforma del artículo 3º constitucional, la ratificación de quien encabezará la PGR fueron arropados por ella. Renació la sempiterna política priista y Peña Nieto, junto con su vetusto pero por el momento no ineficiente partido, le ha imprimido una dinámica distinta al quehacer sociopolítico nacional. No es sorpresivo y sí es explicable: la ausencia de liderazgo en los 12 años que gobernó el PAN facilitaron las cosas. Este partido, su dirigencia y sus ex mandatarios no cumplieron con las expectativas que la ciudadanía depositó en ellos. Por el contrario, la defraudaron y dejaron un país con muchos lastres que le allanaron el retorno al PRI.

La desigualdad social se acentuó en el sexenio de Calderón pese a los cuantiosos recursos de que dispuso. No pudo abatir la pobreza, ya que su política pública al respecto hizo que repuntara aún más. En el sexenio que acaba de concluir se integraron a la franja de pobreza 3.2 millones más de mexicanos, la cifra más alta en América Latina con la excepción de Guatemala (Cepal). La diferencia entre los que más ganan en relación con los que menos tienen es de 25 veces. Finlandia no sobrepasa las nueve veces.

Peña Nieto hereda una estructura social frágil. En 2006, de acuerdo con cifras del INEGI, 54 por ciento de la población ocupada ganaba tres salarios mínimos o menos. En 2012 esa cifra se elevó a 59 por ciento. En otras palabras, tres de cada cinco mexicanos ganan en 2012, 4 mil 800 pesos o menos al mes. En contraste, aquellos que ganan cinco o más salarios mínimos mensuales (alrededor de 9 mil pesos), decrecieron en los últimos seis años: pasaron de 12 a 8 por ciento. Si de estas cifras se hiciera una fotografía de la estructura social de México, puede afirmarse que aquellos que tenían ingresos más altos en 2006 experimentaron un decrecimiento y los que ganaban menos mostraron la tendencia opuesta: se incrementaron.

No es fortuito que las políticas públicas que pretende instrumentar la administración presidencial que recién inicia ponga un énfasis mayor en el gasto social. El diagnóstico es bueno pero falta saber cómo se instrumentará una estrategia para enfrentar problemas tan profundos. No hacerlo equivale a ignorar la existencia de una bomba de tiempo que ya se encuentra activada y, de no actuarse, es probable que estalle. Juan Villoro, en un artículo reciente, recuperó muy bien la situación por la vía de un graffiti escrito como reacción a los gobiernos panistas: “¡Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos!” (Reforma-Enfoque, 25/XI/12).

Se podría ir más lejos todavía, pues la conspicua ineptitud mostrada por los gobiernos panistas habría que añadir que poco, por decir nada, hicieron en contra de la corrupción. Ésta siguió siendo la columna vertebral del sistema. Se toleró sin ambages. Sirva de ejemplo el impresionante aumento de la burocracia de Estado, en particular el segmento de los mandos medios y superiores. Esta franja burocrática creció entre 2001 y 2010 casi 20 por ciento y, en 2011, 31 mil servidos públicos tenían sueldos asignados entre y uno y 3.3.millones de pesos al año (M. Muedano, El Universal, 4/V/11).

Peña Nieto ha decidido rebajar en 5 por ciento los salarios de este grupo privilegiado. Sin embargo, esta medida tendría que acompañarse con la disminución del aparato burocrático que, durante el panismo, fue uno de los vectores de sus políticas de Estado. Esa medida no resolverá los problemas de desigualdad y pobreza generados en los sexenios anteriores.

Si a esto se agrega que seis de cada diez mexicanos, de acuerdo con las cifras más recientes dadas a conocer por el INEGI, se encuentran en el sector informal de la economía, se puede afirmar que México está en una situación catastrófica. Se trata de 29 millones de mexicanos en edad económicamente productiva que se encuentran al margen de la seguridad social, del sistema de salud y con remuneraciones erráticas y bajas. El número mayor de informales se encuentra en el rango de edad que oscila entre los 25 y los 44 años. En otras palabras, México no está aprovechando la potencialidad de su fuerza de trabajo. Aquellos, en la edad más productiva, son los que alimentan más la informalidad.

Por el momento no hablaremos del legado de Calderón respecto a la guerra que se desató en el país desde los primeros días de su mandato. Tendrá que hacerse el análisis y la reflexión correspondientes de manera independiente de estas líneas. Puede adelantarse, sin embargo, que en este sentido su legado es el de un país postrado.

Peña ha entrado al escenario político nacional con el pie derecho. En dos semanas se ha posicionado, aunque los resultados estén pendientes: la multitud de problemas que se avecinan no han hecho su aparición todavía. El nuevo jefe del Ejecutivo vive su “luna de miel”, la que se irá terminando en la misma medida que vayan apareciendo todos los problemas que se gestaron durante los mandatos presidenciales anteriores, incluyendo los del PRI.

El reto de la nueva administración priista es enorme. En efecto, la meta es crecer para beneficiar a una gran parte de la sociedad que no tiene las oportunidades para resolver muchas necesidades básicas. Las condiciones estructurales del país, pese a que en la actualidad el ritmo de crecimiento económico nacional se encuentra por encima de 3 por ciento, exigen la definición de una estrategia que en verdad catapulte el crecimiento económico a un nivel mayor y aminore la desigualdad de manera significativa. No hacerlo, es prolongar la tónica panista que, para hacer un balance preliminar, dejó al país hecho un desastre. Peña tendrá que hacer una crítica profunda del país que recibió, pues de otra manera sería compartir responsabilidades que no le tocan. Que haya habido una transición tersa no significa que la situación nacional heredada quede en el limbo.